La vorágine con la que la pandemia del coronavirus se desarrolló a nivel mundial ha significado subsumirse en información continua y permanente sobre sus efectos inmediatos.
Todos los días conocemos sobre cantidad de contagiados y fallecidos; sobre procesos de vacunación y políticas de cuarentena. Sin embargo, si hacemos abstracción de lo inmediato, parece plausible suponer que —una vez superado el virus— experimentemos consecuencias permanentes provocadas por esta situación casi sin parangón en la historia humana.
Bajo ese marco, vale decir, imaginando el impacto de la pandemia a mediano y largo plazo, cabe insinuar las siguientes consecuencias:
Primero, es probable que se mantengan o se acentúen los problemas asociados a la salud mental y que la pandemia visibilizó y aceleró. Existe la creencia de que la superación de la enfermedad significará una especie de nuevo normal, donde retomaremos el trayecto que teníamos con anterioridad; pero no sería sorprendente si ocurre lo contrario, en tanto porciones sustantivas de la sociedad han generado mecanismos de defensa frente a esta circunstancia completamente anormal; mecanismos que se reflejarán cuando la pandemia se supere y que harán que las personas sean susceptibles de deterioro en su psicología.
Segundo, la pandemia ciertamente precipitó cambios en la estructura económica y laboral que venían progresando desde hace un tiempo. Y si bien es cierto que multiplicidad de empresas y organizaciones mantendrán el formato home office para decenas de empleados, a mediano y largo plazo cabe esperar una modificación aún mayor de la cultura que rodea al mercado laboral. Ya lo estamos viendo en Estados Unidos, donde millones de personas renuncian debido a percepciones subjetivas no cumplidas, y millones más no desean trabajar en las condiciones presentes. Esto significa que se exigirá un nuevo estándar, tanto a nivel de salarios como de derechos.
Este es uno de los efectos colaterales de las nuevas prácticas de flexibilidad. No solo porque han mostrado que toda una serie de procesos no requieren presencialidad física, sino porque manifiestan que aspectos centrales de la vida humana: la relación con la familia, el tiempo para el ocio y otras actividades, se resignifican y valorizan por su experiencia práctica. La pandemia ha venido acompañada de una transformación sustancial sobre las expectativas, y estas no retrocederán.
Finalmente, desde mucho antes de la aparición del coronavirus, en el mundo occidental venía analizándose de forma rutinaria el problema de la desigualdad. Y estos dos años han puesto de manifiesto que es un asunto serio. No porque no hayan formas de enfrentar la desigualdad y de disminuirla; sino porque el contorno cultural en la cual se le percibe se ha dinamizado. Contrario a lo que piensan algunos, el problema no es simplemente de desigualdad material. Lo que la pandemia ha mostrado es que la epidermis de la sociedad se encuentra enormemente sensible a cualquier cosa que pueda significar privilegio o diferenciación inmerecida. La forma en que el estado, el mundo privado y las organizaciones toman en consideración estos aspectos será clave para su funcionamiento futuro.
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