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Carta Guido Larson Bosco ante el COVID-19

Director del Instituto de Humanidades.

Durante las últimas semanas se ha citado profusamente a Albert Camus y con cierto grado de razón. Nacido en la Argelia pre-independentista hacia 1913, un año antes de la catástrofe mundial, este filósofo y escritor existencialista concentró gran parte de sus esfuerzos intelectuales en dilucidar la condición humana cuando se enfrenta a la incertidumbre, la angustia, la apatía y la desazón. Superficialmente, podría pensarse que el resultado de la búsqueda literaria de Camus es orientar la vida a una especie de nihilismo, donde el sentido es el sinsentido, y donde lo absurdo de la condición humana inhibe cualquier explicación sofisticada. No obstante, hay una interpretación distinta de su pensamiento.

Cuando Camus gana el premio Nobel de literatura en 1957 con solo 44 años, insinúa en su discurso de aceptación que su obra difícilmente puede separarse de la forma en que aborda la existencia humana como tal. Su arte, decía él, «no es a mi ojos una alegría solitaria. Es un medio para mover al mayor número de personas, ofreciéndoles una imagen privilegiada de alegrías y sufrimientos comunes». En otras palabras, la exploración filosófica de la angustia o del sinsentido no tiene como objeto situarnos en un estado emocional equivalente, sino la de mostrar que hay un aspecto universal en dichas condiciones. Mal que mal, todos nos hemos angustiado alguna vez en la vida, y ciertamente, en más de una oportunidad hemos transitado hacia una encrucijada, donde los puntos de orientación se disuelven viscosos, y donde nuestro universo entero se transforma en un pantano maloliente que nos ciega frente a convicciones o razones.

Y es precisamente ahí donde tenemos que rescatar fortaleza. Lo decía Camus en su libro «La Peste», donde adelanta muchas de las actitudes y estados emocionales que los seres humanos tenemos frente a catástrofes que no podemos entender y que, usualmente, ni siquiera podemos percibir. «En esta tierra – decía el escritor argelino – hay plagas y hay víctimas y depende de nosotros, en la medida de lo posible, no unir fuerzas con las plagas». Porque es natural y tentador instrumentalizar la crisis. Interpretar la realidad, en estas circunstancias críticas, bajo los lentes de adversarios y aliados. Y subsumirse en un huracán de opiniones, ataques, críticas, contradicciones y falsedades de forma permanente.

Pero lo curioso es que la peste, o el virus, o la plaga, manifiestan con fuerza que – querámoslo o no – nuestros destinos están inevitablemente unidos en estas circunstancias, y que es en base a la generosidad de espíritu como de la oscuridad volveremos a retornar a la luz.

Los días que han pasado han sacado lo mejor de nosotros como comunidad universitaria. El trabajo diario ha debido transitar hacia otros mecanismos y metodologías, manteniendo altos estándares y colaborando intensamente para sobrellevar un período de mucha carga emocional. Ese objetivo común, de formar y sentirnos parte de una comunidad que está situándose en experiencias comunes, nos inunda de fortaleza para abordar este inmenso desafío que tenemos como universidad y como país. No hace falta decir que saldremos adelante, y lo haremos arrastrando con nosotros cualidades de las que cabe sentirse orgulloso.

Guido Larson Bosco

Director Instituto de Humanidades UDD